Tras un siglo de historia y siendo reconocidos como un símbolo de calidad y excelencia, periódicos como La Vanguardia han retratado nuestra trayectoria a lo largo de tres generaciones. En el siguiente artículo explora cómo hemos dedicado nuestra vida a brindar productos y servicios de primera categoría, dejando una marca imborrable en la ciudad.
Santiago Bolíbar Pinós, nacido en el seno de una familia de ingenieros, fundó en los últimos días de 1909 junto con el socio Josep Graupera una pequeña ferretería, en la esquina de la rambla de Catalunya, 106 / pasaje de la Concepció.
Por aquel paseo de tierra y recién cubierto merced la iniciativa del doctor Andreu aún transitaban rebaños de corderos, camino del Escorxador.
Dos años más tarde, fallecido el socio, se trasladó a una tienda mayor y no tan alejada del centro: en el número 43, chaflán Consell de Cent, en donde permanece. Y que sea por muchos años.
Desde un buen principio se especializó en ferretería consagrada a suministrar piezas de calidad para la ebanistería, carpintería, herrajes del mobiliario e iluminación y lámparas. Uno de los materiales más característicos era el latón, mientras que los diseños eran modernistas o estilos de importación francesa: Luis XV, Luis XVI e Imperio.
Originalmente la fachada consistía en la puerta emplazada justo en la esquina, flanqueada por dos escaparates y un par de armarios de exposición. Los rótulos anunciaban: “Lámparas / Santiago Bolibar herrajes para muebles / Metalistería”.
Tres generaciones han desfilado al frente de esta ferretería de reconocida calidad.
En los años treinta fue transformada la fachada, que ha llegado intacta a nuestros días. La puerta fue sustituida por un escaparate, mientras que las dos grandes aberturas laterales dan acceso a un gran vestíbulo, interior y con amplio espacio para exposición. Y un rótulo nuevo: “Ferretería / Bolibar / Metalistería”.
Pese a los vaivenes políticos españoles y europeos, el negocio sabía adaptarse a los cambios y a las necesidades comerciales, que aconsejaron crear un taller de fabricación, que pronto fue ampliado.
La guerra incivil no acarreó mayor contratiempo grave que la colectivización.
En 1946 se incorporó la segunda generación: azares en el seno de la familia llevaron a responsabilizarse del negocio a un Jordi Bolíbar que iba para ingeniero. Las transformaciones socioeconómicas aconsejaron reorientar el establecimiento, que fue sensiblemente ampliado al ocupar el piso superior.
La clientela también varió, al polarizarse en particulares y sobre todo profesionales de la madera, como ebanistas o arquitectos. Al propio tiempo lograba la distribución de marcas europeas relevantes. El comprador que provocó más revuelo fue Ursula Andress, en pos de piezas de calidad para su nueva casa de Eivissa.
El mayor volumen de venta se orienta ahora hacia grandes encargos al por mayor, como los cumplimentados para el hotel Rivoli, la torre Agbar (un diseño en colaboración con el arquitecto Nouvel) o el hotel Avenida Palace.
El haberse incorporado ya la tercera generación, Bruna Bolíbar, asegura la continuidad de un acreditado comercio que prestigia a la ciudad.
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